Tallas merideñas que adornan los pesebres y el tradicional sentido de la navidad

Cuando María Clemencia Marquina coloca el escoplo sobre la madera de sauce, se pone en marcha un invisible ciclo de transmisión del conocimiento y tradiciones, sus nietos la observan y secretamente, así como se hace la luz en los ojos, la esencia de la navidad da forma a la talla y al unísono se arraiga en las nuevas generaciones.

Nacida en Mucunután, municipio Santos Marquina de Mérida, María Clemencia heredó de su padre el oficio de la talla, común en su familia, practicado por hijos, cuñados, hermanos y otros miembros.

«Trabajo la talla de madera, es un oficio que aprendí luego de casarme a los 35 años, guiada por mi padre y mi cuñado. He Trabajado este oficio desde entonces y mi familia se ha involucrado», relata, para agregar que el sauce es la madera predilecta para la talla de pesebres.

Cuenta que la talla ha representado un medio de sustento para la familia, por eso en época decembrina las figuras del pesebre, alusivas a la historia narrada en el evangelio de San Lucas, emergen prolíficamente de las manos de artesanos, agradecidos por las bondades del año culminante y esperanzados en el trabajo por venir.

«La virgen dio a luz a Jesús y lo envolvió en pañales y lo acostó en el pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón», refiere el evangelio.

Esta escena bíblica de la inmaculada concepción dando su fruto va tomando forma en las manos de María Clemencia y toda la atmósfera de la navidad, la ternura inherente a la venida de un niño invade los predios de su hogar para materializarse en la madera.

El niño Jesús, la virgen María, San José, la mula y el buey, emergen en el pasar de los días, son una mezcla de arte, trabajo y devoción concentrada en la humilde definición de artesano.

La tradición del pesebre y las acepciones que emergen del ideario andino han sido motivo de estudio y de reconocimiento a los largo de los años.

«Se da generalmente en Mérida el nombre de pesebre a los nacimientos que se colocan en las casas de familia urbanas y rústicas el día de la Navidad y que suelen durar hasta el Día de la Candelaria, 2 de febrero. Es un armazón grande, mediano o chico, según los casos, que se construye con carrizos, yescas y varas flexibles, imitando cerros, valles y mesetas», refiere Darío Novoa Montero, en su libro Pesebre del niño Jesús.

El 24 de diciembre, a las 12:00 de la noche, se coloca en la cuna del pesebre al niño Jesús, figura que permanece acostada hasta el día de la paradura, que se realiza por tradición entre el 1º de enero y el 2 de febrero.

Don Tulio Febres Cordero (1860-1938), cuenta en su libro Archivo de historia y variedades, publicado en 1931, la tradicional celebración merideña y sus motivaciones.

«En los pueblos de la Sierra Nevada de Mérida se acostumbra hacer una fiesta doméstica de carácter religioso, en los campos, sobre todo. Consiste en sacar del pesebre o nacimiento al Santo Niño para conducirlo en procesión con música, pólvora y velas encendidas, por el contorno de la labranza, con el fin de que bendiga la tierra y haga prosperas las cosechas del año; volviéndolo a colocar en el pesebre de pié», refiere.

María Clemencia Marquina, cuenta que tallar los nacimientos y las ovejas del pesebre es una tradición de muchos años en Los Andes, transmitida de generación en generación.

«Eso es lo bonito de trabajar la madera, porque es una tradición de aquí de Los Andes, de Mérida. A los turistas les gusta mucho», dice la artesana de manos curtidas por el oficio de la talla y la vida del campo.

En su mirada, en la intima percepción que tiene el andino del pesebre, está la devoción del polifacético merideño, que es artesano y empeña su espíritu en la talla, pero que es agricultor y ofrenda el pesebre al creador para que bendiga sus cosechas.

 AVN

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