ESPECIAL | Eficiencia y calidad, un sacudón correctivo contra la indolencia y la corrupción

 

Palacio de Miraflores, Caracas.- El puño cerrado que caracterizara sus días de campaña electoral, apareció ese lunes al exigir “mano de hierro” en la construcción del modelo político, económico y social, respaldado por 55,07% de los venezolanos en las elecciones presidenciales del 7 de octubre. Hugo Chávez sabía que la Revolución Bolivariana aún debía conquistar dos objetivos fundamentales: eficiencia y calidad.

Ya cuando pronunció la proclama “comuna o nada”, aquel 20 de octubre, reconocía que las críticas de las bases populares respondían a la ineficacia de la gestión del Gobierno Nacional, razón por la cual el proceso de rectificación “no comenzaba en enero, sino ahora mismo”.

Archivo Prensa Presidencial

“Preparaos que lo que viene es inspección, inspección y más inspección. No le extrañe a nadie, a los trabajadores de algún núcleo de desarrollo fronterizo, de alguna unidad productiva ganadera o agroalimentaria, o industrial, en cualquier parte del país desde Caracas hasta el Alto Apure, hasta la montaña más alta”, anunció en compañía de cuatro ministros y del Vicepresidente de la República, Nicolás Maduro.

No sabrían cuándo llegarían, tampoco habría tiempo de adornar o esconder errores operativos. Era una estrategia destinada a identificar las fallas, que además “nos va a servir para aprender mucho”. Chávez dejó saber que un “sacudón” sería el resultado de las inspecciones imprevistas.

“¿Para qué? Bueno, para tomar los correctivos que haya que tomar. Esto es parte de una de las propuestas del candidato Chávez que fui, mayor eficiencia ¿verdad? Bueno, estamos comenzando”, detalló en el Despacho del Palacio de Miraflores, ubicado en Caracas.

Al asumir como propia la filosofía de “eficiencia política y calidad revolucionaria”, acuñada por el político Alfredo Maneiro, indicó que la batalla más dura sería por la eficacia no sólo política, sino productiva, económica y administrativa.

“Es una tarea durísima”, admitió.

Entonces, señaló que la corrupción era una de esas viejas prácticas que debía extinguirse. Y, aunque habían avanzado para combatir la ineficiencia, “lo que hemos hecho es poco comparado con lo que viene”. Era el momento de rectificar el camino andado en la primera década de la Revolución Bolivariana.

A modo de autocrítica, Chávez consideró que los nudos críticos se encontraban en los “escalones superiores”.

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Había “mucho contrarrevolucionario enquistado”, que no traza soluciones sino que se convierte en parte del problema. Este escenario requería establecer responsabilidades, ser más efectivos en la gestión económica y administrativa “de lo que estamos haciendo”. ¿Cómo lograrlo? La respuesta es simple: con “mano de hierro”, una proclama destinada a la corrección de errores causados por la falta de visión estratégica.

“Hay que establecer responsabilidades y les prometo mano de hierro, de ministros para abajo, aquí cada quien póngase sus alpargatas que lo que viene es joropo y no joropito valseado, no, seis por ocho”, enfatizó en dirección al Vicepresidente de la República, Nicolás Maduro, a quien le encomendó dirigir  una cruzada por la calidad revolucionaria.

No se inspeccionaría “solo por sancionar a alguien o para reconocer”, dado que su intención era aplicar correctivos “porque muchas veces la culpa es de nosotros mismos de este nivel de gobierno por falta de planificación, de previsión, de tener visión estratégica”.

“Nosotros no podemos cruzarnos de brazos y permitir que esto siga ocurriendo, para nada, solucionar los problemas”, recalcó.

Y como en el Golpe de Timón, Chávez reiteró que era un error inaugurar fábricas que terminaran “como una isla en el mar del capitalismo” porque fracasarían. Decía que una falla en la planificación era la causa de que “empiecen a cabecear”.

Al destacar que “este sacudón por dentro” debía derivar en la transferencia de poder a la clase obrera, llamó a ser responsables en la administración de recursos y asumir las faltas cuando de atender las necesidades de la población se trata.

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De nuevo, Chávez demandó “mano de hierro” para corregir los entuertos. Esta orden también se dirigía “hacia mis propias filas, hacia mi propio gobierno, ministerios, entes descentralizados, unidades productivas, proyectos, programas y obras”.

“Yo asumo mis culpas, pero cada quien que asuma las propias y a los que trabajan conmigo les ofrezco mi corazón y esta mano de hierro. Desde ti Nicolás (Maduro) para abajo, no tengo más opciones. Me han traído a esta situación, mientras tenga vida y salud, cuenten con que seré sumamente duro con mi propia gente, más duro de lo que he sido nunca antes”, sentenció.

Abogó por adoptar “más prontico que tarde” nuevas decisiones, incluso si se tratase de “cambiar a alguien, destituir a alguien, ordenar un juicio o una investigación”. No había lugar para titubeos, era momento de actuar.

“Tengo que hacerlo, tenemos que hacerlo, pero todo será en positivo”, puntualizó Chávez, cumpliendo así la palabra empeñada durante su tránsito de Sabaneta a Miraflores.

Desde ese día, “eficiencia o nada” se traduce en impulso y, al mismo tiempo, en arenga colectiva contra dos grandes males: indolencia y corrupción. Es también un llamado para la búsqueda de soluciones que garanticen el avance de la Revolución Bolivariana.

Así pues, como diría Chávez, “pónganse las alpargatas que lo que viene es joropo”.

Prensa Presidencial / Karelis González

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