#ESPECIAL | Tratados de Trujillo, génesis de la piedad aplicada a la guerra

 

Palacio de Miraflores, Caracas.- Donde se había proclamado la «guerra a muerte», allá en el estado Trujillo, un abrazo entre el Libertador Simón Bolívar y el general español Pablo Morillo, pactó el cese de hostilidades y delimitó los métodos de beligerancia a disposición de los combatientes. Ese 27 de noviembre Colombia y España formalizaban el Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra.

Era un acuerdo «digno del alma de Sucre», describiría Bolívar en una de sus cartas, que sentó un precedente del Derecho Internacional Humanitario, siendo el primero de su género en implementarse en Occidente para mitigar los efectos de conflictos armados en favor de quienes no participaban en los enfrentamientos.

De la pluma del «Gran Mariscal de Ayacucho», título que le conferiría el Congreso de Perú en 1825, en reconocimiento a su lucha por la emancipación, emergieron las disposiciones de trato humanitario establecidas en ambos acuerdos, acción que le valió ser identificado como pionero de los derechos humanos.

A la cabeza de la Comisión Republicana, Sucre, «puso de manifiesto su innato talento jurídico, sus dotes de magnanimidad y sus inéditas condiciones diplomáticas», bajo la premisa de «humanizar la beligerancia, evitar en lo posible involucrar en los conflictos a la población civil no combatiente o desarmada, facilitar el intercambio de prisioneros, atención y asistencia de primeros auxilios a los heridos, no considerarlos como prisioneros de guerra y rendirle honores a los fallecidos», puntualiza el artículo Sucre, pionero del Derecho Internacional Humanitario de Alejo García.

«El general Sucre con esta actuación descollante en el campo humanitario se adelantó 43 años a la formación del Comité Internacional de la Cruz Roja y 44 años a los Convenios de Ginebra, que regulan el Derecho Internacional Humanitario. Asimismo, crea las bases de sustentación para la formación, consolidación y ejecución del Derecho Internacional Humanitario», agrega.

Esas negociaciones iniciaron en San Cristóbal y se trasladaron a Trujillo, partieron de una instrucción de la Corona Española a Pablo Morillo, dada la situación crítica de los realistas que estaban impedidos de recibir soldados para reforzar sus tropas, de acuerdo a lo señalado en la Constitución de 1812.

En vías de constituir acuerdos como «pueblos civilizados», las conversaciones diplomáticas estaban a cargo del general de brigada Antonio José de Sucre, el Coronel, Pedro Briceño Méndez y el Teniente Coronel, José Gabriel Pérez por el lado de Bolívar, mientras que el alcalde primero de Caracas, Juan Rodríguez del Toro, el Brigadier, Ramón Correa y el comerciante Francisco González de Linares representaban a Morillo. Ambas comisiones se encontraron el 21 de noviembre en Trujillo y el 22 de noviembre comenzaron formalmente los diálogos, que contemplaron un intercambio de proposiciones y contraproposiciones hasta que se concretó un acuerdo el 24.

«Este tratado es digno del alma de Sucre, el será eterno como el más grande monumento de la piedad aplicado a la guerra», enfatiza el propio Simón Bolívar en la biografía denominada Resumen sucinto de la vida del General Sucre, del año 1825.

Así pues, a las 10:00 de la noche del 25 de noviembre, se rubricó el Tratado de Armisticio en Trujillo.

Este establecía una tregua de seis meses y, por ende, la suspensión de las hostilidades para facilitar las conversaciones entre patriotas y realistas en busca de la paz definitiva. También limitaba a ambos ejércitos a la posición que mantenían el día de la firma:  «Desde el río Unare, remontándolo desde su embocadura al mar hasta donde recibe al Guanape; las corrientes de este subiendo hasta su origen; de aquí una línea hasta el nacimiento del Manapire; las corrientes de este hasta el Orinoco; la ribera izquierda de este hasta la confluencia del Apure; este hasta donde recibe al Santo Domingo; las aguas de este hasta la ciudad de Barinas, de donde se tirará una línea recta hasta Boconó de Trujillo; y de aquí la línea natural de demarcación que divide la provincia de Caracas del Departamento de Trujillo», detalla el 1° parágrafo del Artículo 3.

No obstante, el Tratado de Armisticio, terminó antes de lo previsto: el 28 de abril de 1821 se reinició la contienda, luego de la ocupación de Maracaibo por parte del General Rafael Urdaneta a raíz del pronunciamiento de adhesión a Colombia.

Dos meses más tarde, al mando de más seis mil hombres, Bolívar aseguró la independencia definitiva de Venezuela en las llanuras de Carabobo. Era el final de las pretensiones de España de restaurar el dominio perdido en un territorio invadido desde 1492.

Nuevamente, a las 10:00 de la noche del 26 de noviembre se refrendó el Tratado de Regularización de la Guerra, un acto que cumplía con el Artículo 14 del Tratado de Armisticio que sentenciaba: «Para dar al mundo un testimonio de los principios liberales y filantrópicos que animan a ambos gobiernos, no menos que para hacer desaparecer los horrores y el furor que ha caracterizado la funesta guerra en que están envueltos, se compromete uno y otro gobierno a celebrar inmediatamente un tratado que regularice la guerra conforme al Derecho de Gentes y a las prácticas más liberales, sabias y humanas de las naciones civilizadas».

Ya a principios de noviembre, el Libertador solicitaba a Morillo autorizar a sus comisionados concluir «con el gobierno de la República un tratado verdaderamente santo que regularice la guerra de horrores y crímenes que, hasta ahora, han inundado de lágrimas y sangre a Colombia y que sea un monumento entre las naciones más cultas, de civilización, libertad y filantropía», reseña el artículo titulado Tratados de Trujillo, de Mario Briceño Perozo.

De esta manera, se estipuló evitar el exterminio que había caracterizado la lucha armada desde 1810, respetar a los prisioneros de guerra y a los civiles aprehendidos en servicio hasta que se realizara el canje, brindar asistencia a enfermos y heridos, dar sepultura a los que terminen su cartera en combates entre los dos gobiernos y respetar la opinión de los residentes de los pueblos que sean ocupados por los beligerantes.

«Este pacto pleno de humanidad y gallardía se inspiró en los más nobles sentimientos de los hombres que los suscribieron, empeñados en llevar la contienda a mejores términos para gloria de España y América», considera Briceño Perozo.

Este convenio rigió desde 1821, hasta la conclusión de la lucha armada tanto en Venezuela, como en el resto de Suramérica.

Ambos acuerdos suponían el reconocimiento del Reino de España a Colombia como potencia beligerante. Si bien no hubo un pronunciamiento explícito, los también llamados Tratados de Trujillo, incluían consideraciones como «Gobiernos de España y Colombia», así como la distinción de «Presidente de Colombia» para Simón Bolívar.

«Quedaba pues reconocida la existencia de la República y Colombia comenzaba a tratar con su antigua metrópoli de igual a igual. Desde luego, los jefes españoles se dirigen a Bolívar, como Presidente del nuevo Estado. Por fin veían desaparecer los republicanos aquellos calificativos de traidores, rebeldes e insurgentes que durante 10 años habían caído sobre ellos y que tanto habían impresionado al pueblo», precisa el texto El Libertador, del historiador Augusto Mijares.

Entonces, un apretón de manos y un abrazo zanjó el Armisticio y la Regularización de la Guerra en Santa Ana, situada a 56 kilómetros de la ciudad de Trujillo.

Bolívar y Morillo se entrevistaron el 27 de noviembre.

Ahí en Santa Ana, cuyo significado «en la historia es amor», se erigió un monumento para «recordar el primer día de la amistad de españoles y colombianos, la cual se respetase eternamente», apuntaría el Libertador en una misiva dirigida a Francisco de Paula Santander.

Era la génesis de la diplomacia de paz, esa que exige respeto para los pueblos y defiende la independencia como el bien más preciado ante las viles maniobras del imperio en decadencia que aún puja por la dominación.

Prensa Presidencial / Karelis González

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