ESPECIAL | Bolívar y una epístola de dignidad que se impuso a la injerencia del Norte

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Palacio de Miraflores, Caracas.- Cuando la dignidad se impuso al despotismo, era una época amarga para la causa patriota que aún perseguía la liberación plena de Venezuela. En 1818, Simón Bolívar doblegó con argumentos a una potencia emergente que pretendía atentar contra nuestro bien más preciado: la independencia.

El suelo estaba “cubierto de luto tras ocho años de combates, de sacrificios y de ruinas”, decía el Libertador en la edición del Correo Orinoco del 12 de junio. Dos sueños republicanos se habían desvanecido, cuando a sus oídos llegaba la información de la visita de un representante oficial de Estados Unidos, que discutiría el reconocimiento a la independencia y aseguraría la declaratoria de guerra con España.

“Yo no dudo que la escuadra norteamericana se empleará en arrojar a los españoles lejos de nuestros mares y que sus tesoros, sus armas, municiones y aun sus tropas se nos franquearán para extinguirlos en el continente. La libertad e independencia de la América hallan al fin un protector”, consideró Bolívar en una carta fechada en Angostura (actual Ciudad Bolívar) el 8 de julio.

El desengaño vendría pronto, bien describe el libro Pueblos libres vencen a imperios poderosos. Estados Unidos protegería sus propios intereses, por tanto el respaldo de “una poderosa nación” requerido por los independentistas para combatir a España, no lo obtendrían de quienes ya pujaban por construir su imperio.

Al nombre de Juan Bautista Irvine respondía el agente diplomático, quien se trasladó el 12 de julio a Angostura por orden del secretario de Estado, John Quincy Adams. ¿Su misión? Transmitir información que tributara a la estrategia geopolítica del Norte y demandar la devolución de las goletas mercantes Tigre y Libertad, confiscadas en el río Orinoco en 1817.

La detención de las embarcaciones respondió a la violación del bloqueo de la costa de Cumaná, Guayana, La Guaira y Puerto Cabello, oficializado el 6 de enero de 1817. Por otro lado, se descubrió que “transportaban armas, pertrechos y víveres destinados a los realistas”, apunta el capítulo 1818: Bolívar contra Irvine, rubricado por el historiador José Gregorio Linares.

Como buen servidor de James Monroe, a quien se le atribuye la doctrina “América para los americanos”, Irvine empleó un lenguaje “chocante e injurioso” en diez cartas remitidas al Libertador que pretendían dictar órdenes al Gobierno de Venezuela, implantando la arbitrariedad y el injerencismo como características de la política exterior de Estados Unidos.

La base del intercambio epistolar data del 25 de julio. No obstante, Bolívar respondería a la nota enviada el 27 de julio, donde Irvine exigía reconocer que “el bloqueo patriota no era materialmente posible” y, por ende, “las penas impuestas por las autoridades navales venezolanas contra los estadounidenses eran ilegales y tienen derecho a una reparación total”.

Tales pretensiones se enfrentan a la oposición del Libertador. En una misiva, fechada 29 de julio, acepta devolver las goletas e indemnizar a sus dueños, siempre que informara que estaba “plenamente convencido de la justicia con que hemos apresado los dos buques en cuestión”.

Dejó constancia en sus líneas que los estadounidenses “olvidando lo que se debe a la fraternidad, a la amistad y a los principios liberales que seguimos, han intentado y ejecutado burlar el bloqueo y el sitio de las plazas de Guayana y Angostura para dar armas a unos verdugos y para alimentar unos tigres, que por tres siglos han derramado la mayor parte de la sangre americana”.

En la correspondencia del 20 de agosto, haría referencia a las rigurosas leyes de Estados Unidos que impedían “toda especie de auxilios que pudiéramos procurarnos”, bajo medidas de prisión y multas “contra los virtuosos ciudadanos que quisieran proteger nuestra causa, la causa de la justicia y de la libertad, la causa de la América”.

«Si es libre el comercio de los neutros para suministrar a ambas partes los medios para hacer la guerra, ¿por qué se prohíbe en el Norte? ¿Por qué a la prohibición se añade la severidad de la pena, sin ejemplo en los anales de la República del Norte? ¿No es declararse contra los independientes negarles lo que el derecho de neutralidad les permite exigir? La prohibición no debe entenderse sino directamente contra nosotros que éramos los únicos que necesitábamos protección. Los españoles tenían cuanto necesitaban o podían proveerse en otras partes. Nosotros solos estábamos obligados a ocurrir al Norte así por ser nuestros vecinos y hermanos, como porque nos faltaban los medios y relaciones para dirigirnos a otras potencias», razonó.

Bolívar había impugnado la “argumentación tendenciosa” sobre neutralidad e imparcialidad, así como los derechos de Estados neutrales en contiendas bélicas en su contestación del 6 de agosto, donde expuso que “España ha extendido el derecho de bloqueo mucho más allá que la nación británica: ha hecho confiscar cuantos buques neutrales han podido apresar sus corsarios por cualquier causa o pretexto (…) Pretender, pues, que las leyes sean aplicables a nosotros y que pertenezcan a nuestros enemigos las prácticas abusivas, no es ciertamente justo, ni es la pretensión de un verdadero neutral, es, sí, condenarnos a las más destructivas desventajas”.

Al respecto, cuestionó: “¿No sería muy sensible que las leyes las practicase el débil y los abusos los practicase el fuerte? Tal sería nuestro destino si nosotros solos respetásemos los principios y nuestros enemigos nos destruyesen violándolos”.
Entre el 24 de agosto y el 26 de septiembre, Bolívar reiteró los argumentos de Venezuela ante “nuevas frases destempladas” esgrimidas por Juan Bautista Irvine, quien “ya irrespeta abiertamente al Libertador y descalifica sus juicios”. En ese período, el emisario estadounidense tachó de “bloqueo de papel” y “bloqueo imaginario” la medida adoptada en el Orinoco, señala el libro Pueblos libres vencen a imperios poderosos.

Dadas las evidencias presentadas “en mis anteriores comunicaciones”, así como en “todas estas razones” expuestas en la epístola del 29 de septiembre, el Libertador considera “haber satisfecho y persuadido la justicia con que fueron dictadas las condenas. Las leyes se han cumplido en ellas y no me juzgo autorizado para alternarlas o infringirlas a favor de los dueños de las goletas Tigre y Libertad. Esta es la única propuesta que puedo dar en conclusión de nuestra presente conferencia”.

A esta le siguieron débiles alegatos de Irvine, expuestos en su comunicación del 1° de octubre, quien acusó a los patriotas de “consumir las provisiones” de una de las embarcaciones estadounidenses y reclamó a Bolívar por respaldar “procedimientos monstruosos, que yo no habría imaginado jamás que pudieran ser contemplados y mucho menos defendidos por este Gobierno”.

En comunicaciones del 1° y 10 de octubre, remitidas al secretario de Estado de Estados Unidos, John Quincy Adams, pedía “un cambio de gobierno” para restaurar “la ley en este país más perjudicado por los daños de un Don Quijote que por las crueldades de un inexorable y salvaje enemigo”, citado por José Gregorio Linares.

El carteo quedó sentenciado el 7 de octubre. La autodeterminación siempre fue un principio irrenunciable para Bolívar, quien dejó saber en la Carta de la Dignidad que no admitiría ultrajes contra los derechos de Venezuela. Era una proclama por la soberanía, un grito de resistencia ante el acoso de una potencia que perseguía la dominación de los pueblos.

“No permitiré que se ultraje ni desprecie al Gobierno y los derechos de Venezuela. Defendiéndolos contra la España ha desaparecido una gran parte de nuestra populación y el resto que queda ansía por merecer igual suerte. Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende”, enfatiza el Libertador.

Era un manifiesto de patriotismo, una expresión de defensa soberana ante la prepotencia del enemigo. ¿La respuesta? Una amenaza de que tomaría represalias si no accedía a sus demandas, acompañada de un discurso que restaba méritos a la capacidad de la escuadra republicana.

“El valor y la habilidad, señor agente, suplen con ventaja al número. ¡Infelices los hombres si estas virtudes morales no equilibrasen y aun superasen las físicas! El amo del reino más poblado sería bien pronto señor de toda la tierra. Por fortuna se ha visto con frecuencia un puñado de hombres libres vencer a imperios poderosos”, aseveró Bolívar el 12 de octubre, cuya letra zanjaba la discusión que iniciara cuatro meses atrás.

Era la derrota de Juan Bautista Irvine. No conquistó su objetivo, así que optó por calificar a Simón Bolívar de “general charlatán y político truhan” cuando se halló en su territorio.

Esta epístola “ejemplar y soberana”, descrita así por el presidente de la República, Nicolás Maduro, selló el carácter antiimperialista de quienes batallan contra la arrogancia de una élite que solo ansía dominación.

Prensa Presidencial / Karelis González

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