LIBRO | Los humoristas de Caracas

Mi admiración por Aquiles Nazoa comenzó cuando yo estudiaba bachillerato en el liceo Fermín Toro. Por esos años recuerdo que su famoso «Ruiseñor de Catuche» pasaba de mano en mano, y no había acto cultural en que alguno de nosotros no declamara sus versos.

También por aquella época sabíamos que tradicionalmente en Venezuela ser buen humorista significaba ser perseguido, entre otras cosas. No es que todos los presos fuesen humoristas, pero evidentemente, todos los buenos humoristas, tarde o temprano, terminaban en la cárcel. Más adelante, en el año 56, cuando estuve preso en la Seguridad Nacional junto con un grupo de fermintoreanos, en una noche de insomnio me enteré de que en el calabozo vecino estaba nuestro gran poeta y humorista.

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