Los aborígenes de la península de Paria vieron por primera vez las carabelas españolas y no sabían que su tripulación estaba compuesta por salvajes, conquistadores sedientos de oro, que solían engrillar a la gente para obligarlos a trabajar para ellos.
Los acogieron con hospitalidad, con frutas y tortas de maíz, hasta que empezaron a conocerlos y a comprender la única razón que los traía a estas tierras exuberantes y generosas. Cansados de la violencia de los invasores, se organizaron para proteger a sus mujeres, su tierra y su modo de vida.
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