El lenguaje macabro de la oposición venezolana

Los diputados de oposición siguen empecinados con exponer en el exterior que en Venezuela no se puede vivir, el ciudadano común es inmisericordemente azotado por el hampa. Esa misma oposición dice que el Gobierno respalda la impunidad. Estos señores han recorrido el mundo y en sus visitas han creado una indisposición psicológica hacia el país. Hace unos años María Corina Machado visitó la Casa Blanca con esta misma cháchara, se buscaba sembrar la desconfianza y la incertidumbre. La población venezolana conoce bien sobre la materia, los gobiernos cuartorrepublicanos se caracterizaron por someter a los individuos al desasosiego y a la muerte.

En la Cuarta República el ciudadano no sabía discernir bien quién era más violento, si la democracia tradicional o el presidencialismo. Betancourt impuso aquella frase terrible: disparen primero y averigüen después, eso iba direccionado hacia los militantes de izquierda, así como también hacia los delincuentes sin ningún tipo de discriminación. No importaba matar a un condenado de la tierra, nadie iría preso, los cuerpos policiales estaban corrompidos, los tribunales también, luego venía la ley y enredaba los litigios hasta el olvido.

Los venezolanos nos hemos hecho siempre la pregunta: ¿A qué se debe tanto delito? La primera respuesta podría ser que falta una dialéctica de interiorización de los valores. Otro elemento sería la falta de eficacia de la escuela como formadora, y un tercer componente podría estar referido al hambre y a la marginalidad. La primera respuesta, de introyectar las normas, supone un credo común y la acción de unos medios de comunicación que le enseñen a la población que lo principal es el respeto a la vida, a las creencias del otro, y eso es el trabajo de la familia; esta debe establecer las metas de los individuos. Ese largo trabajo del espíritu no se logra en poco tiempo, esto lo sabe claramente la derecha. El Proyecto Nacional Simón Bolívar habla de la refundación de la República, esto requiere un cambio de visiones del mundo y una transmutación de la conciencia política del pueblo y esto hay que comenzar a profundizarlo, no podemos quedar atrapados en las falacias del reformismo.

Cambiar las percepciones requiere al cotidiano la persuasión simbólica, los medios de comunicación están obligados constitucionalmente a ayudar en esta tarea. La respuesta es lo contrario, el psiquismo de los venezolanos está expuesto las 24 horas del día a la violencia y al horror. A nadie parece importarle una ecuación tan perjudicial como esta que ha llevado a naturalizar en los hogares este tipo de situación. En los programas chatarra que pasan en tv hay una incitación permanente a la acción bélica. Esto no sigue otra línea de conducta que la tv como acción espantosa. Acá todo se viola permanentemente, el sistema de seguimiento y control para que disfrutemos de una buena televisión. Las leyes y consideraciones de rigor para la vida sana o feliz, como la llama Ágnes Heller, duermen apelmazadas en los códigos y normativas que la República ha considerado necesarias.

La juventud también yace cautiva por aquellos mensajes que la lanzan a la intrepidez, a la desobediencia de lo acordado, a las señales de tránsito no se les da el uso adecuado, la acción de conducir está determinada por lo que hemos visto en las series televisivas. El culto a la velocidad, la esquizofrenia y el absurdo prevalecen. Tenemos como criterio de conducta la desobediencia, los motorizados hacen y deshacen en las autopistas de Caracas. La vida de todos está permanentemente en peligro. Se ha construido un imaginario donde se confunde la libertad con el desacierto y desde allí, en los contornos de la locura y del delirio evaluamos y clasificamos a una sociedad con valores torcidos que hemos sacado de la cajita mágica y que a toda hora nos convoca a lo desproporcio-nado.

Lo sabemos por los comics, los países que guardan diferencias con los Estados Unidos de América son considerados como enemigos peligrosos. El mal está representado por los chinos, por los rusos y por los comunistas. A esto Ludovico Silva lo ha llamado plusvalía ideológica, se trata de desvirtuar la realidad. En español se ha acuñado la oración: Es un talibán, que no hace más que señalar a un desproporcionado, a un suicida. La racionalidad parece sólo estar en una cultura única: la del occidente capitalista. Lo demás es minoría de edad. En los años cincuenta los pueblos estaban convencidos por la propaganda de que los mejores regímenes eran los militares. Tenemos como resultado que no ha habido en el mundo corrupción más profunda que en el militarismo exacerbado.

América Latina es pintada como un burdel, como un continente de estafadores o de indios primitivos, estos lenguajes han contribuido a mantener un mundo de exclusión, sin crítica. Hoy está sobre el tapete la cuestión del poder, lo que quiere decir que el país que tenga el dominio militar y tecnológico es el que va a prevalecer. Este simplismo ha llevado a que los bombardeos que ha hecho la OTAN en los países árabes han arruinado no sólo la vida de la población, sino grandes monumentos de la humanidad.

Los canales privados de tv viven violando las legislaciones de ley, se pasan show, publicidad erótica no adecuada para cierto tipo de edad en la infancia. En todo esto se antepone el problema del rating haciendo caso omiso al daño que esto puede hacer al psiquismo infantil. La violencia es un problema que radica en la formación de los imaginarios colectivos, así como también en el mundo concreto donde vivimos. No se trata de ninguna evocación del pasado –como un tiempo mejor, puesto que ningún pasado y retorno al ayer es conveniente– sino de amarrar el chivo por la cuerda. La conciencia revolucionaria requiere un cambio de vida, es necesario acuñar nuevos valores, para ello hay que estremecer y conmover el espíritu disolviendo el individualismo burgués, la conciencia de la competencia desleal.

El compromiso revolucionario es con la patria, con lo novedoso, debemos generar nuevas interpretaciones, estar convencidos de que la caducidad de lo real constituido es permanente, no hay parangones por seguir, actuemos como decía Nietzsche, invoquemos músicas nuevas para oídos nuevos, como dice el Nuevo Testamento: No echemos el vino en los viejos odres, pues se puede derramar, hoy estamos en lucha con un mundo anciano que quiere perpetuarse, nuestro camino es la integración. Hay problemas culturales, científicos y políticos inexplorados en nuestro continente, echemos manos al espíritu de creación.

América,como consecuencia de la dominación, se dejó sorprender por el etnocentrismo. Los viejos legados de la colonización ya no son válidos, en la fundación de un nuevo mundo todo está en cuestión. Alejo Carpentier nos convocó a prestarle oídos al barroco, pues como en el Reino de este mundo vivimos en la amalgama y en el crisol de un globo que debe integrarse, autofundarse, autogestionarse, allí está el camino de nuestra emancipación. Como lo decía Ortega y Gasset, debemos repensar el futuro. En Venezuela tenemos la tradición y vocación del maestro Simón Rodríguez, quien se interpelaba diciendo: “O inventamos o erramos”. Este es un momento de lucha sin cuartel con una derecha que tuvo el tupé de concederle el Premio de la Paz a Barac Obama y pretende presentarnos como trogloditas, olvidando los grandes desaciertos de la cultura de Occidente. Se estaba premiando sin objeción la capacidad del occidente capitalista de matar gente, de llevar los misiles al Medio Oriente, de generar la incertidumbre en América Latina. Esta será una disputa que durará más de un siglo, debemos estar preparados. No hay medias tintas, las potencias entienden por paz la claudicación y la renuncia de los derechos.

La treta y el lenguaje del occidente capitalista es defenestrar a Nicolás Maduro. El sabotaje ha arreciado, ha aumentado el costo de la vida, la inflación marcha en espiral ascendente. La derecha rechaza la presencia del ejército en la calle para contener la delincuencia, esa variable estorba su plan de desestabilización. Los cálculos de los representantes del neoliberalismo son macabros. Los países capitalistas no logran ver más allá de su ombligo, sin embargo les aterra el socialismo bolivariano, no están dispuestos a respetar un modelo de desarrollo diferente al de ellos. Hay que entender que la sociedad estadounidense, ni los países europeos son un ejemplo para seguir, allí campea el desempleo, la inseguridad, el desconcierto, la represión policial.

 Por Nelson Guzmán / Ciudad CCS

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