El conflicto en Siria y su impacto en la OPEP

Estando a las puertas de una nueva intervención imperial en el Medio Oriente, en este caso Siria, un país que tan solo exportaba alrededor de 100 mil barriles de petróleo diario antes del inicio del conflicto interno, nos preguntamos: ¿cuál es el valor estratégico de Siria como para justificar una invasión imperial, incluso al margen de la ONU?

Para comprender esto, debemos analizarlo desde diferentes ópticas, la primera desde el punto de vista económico, donde el recurso energético –aunque parezca paradójico– juega una gran importancia a pesar de su baja capacidad de producción, y la segundo desde el punto de vista político y lo que el control de este país significa para la configuración del poder en la región.

Desde el punto de vista económico, y a pesar de que la producción de Siria viene declinando desde 1996, este país representa un importante corredor energético para el petróleo iraquí, especialmente cuando la única vía de exportación de este crudo (el estrecho de Ormuz) se encuentra amenazada por la posibilidad de otro frente de guerra con Irán, que realmente representa el objetivo final del imperio.

En la actualidad existen dos oleoductos con capacidad para transportar crudo iraquí al mediterráneo, el Kirkuk-Ceyhan que une la región del Kurdistán al norte de Iraq con Turquía y el Kirkuk-Banias, que también une al Kurdistán pero con Siria. Ambas salidas por el mediterráneo, la primera con una capacidad para transportar 1,65 millones de barriles, de los cuales solo se encuentran operativos 600 mil barriles, limitados por la persistencia del conflicto interno iraquí, y el segundo, actualmente cerrado, pero con una capacidad para transportar 700 mil barriles. Entre los dos poseen una capacidad total de 2,35 millones de barriles lo que representa 78% de la producción actual de Iraq y que garantizarían la continuidad del suministro al mercado en caso de un bloqueo a Ormuz. Desde el punto de vista político, es importante analizar dos grandes fuerzas que hacen vida en la región y que desde tiempos inmemorables han influenciado el balance regional de poder. La primera es el conflicto árabe-israelí, en donde el sionismo aspira la configuración de un gran estado denominado el Gran Israel que se extendería desde el Nilo hasta las riberas del Eufrates en Iraq, abarcando una parte importante de la península arábiga. El segunda es el conflicto islámico entre los sunitas de origen árabe (Arabia Saudita) y los chiitas basados en Irán y de origen Persa.

El sionismo

Es indiscutible el poder ejercido sobre el mundo por el sionismo, principalmente por el poder económico que controla, y por la influencia en teología que ejerce sobre las corrientes ultraconservadoras cristianas en los EEUU a través de la escuela dispensacionalista, que espera la construcción del Gran Israel como la señal para el regreso salvador de Dios a la Tierra. Actualmente los sionistas, bien sean de origen judío o de origen cristiano ultraconservador, dominan los puestos de poder altamente influyentes en el aparato político-militar de los EEUU, lo que se suma al gran poder de lobby del mundo financiero internacional, también en control del sionismo, sobre las decisiones políticas de las potencias occidentales en el Medio Oriente. Esto, sin duda alguna, constituye un cuadro que determina el apoyo del imperialismo al gobierno israelita en sus aspiraciones de reconfiguración territorial de la región.

Otro de los conflictos que representan un elemento de análisis en el balance de las fuerzas e intereses que obran en la región está relacionado con las diferencias religiosas a lo interno del Islam, en donde Irán representa el chiismo y Arabia Saudita el sunismo, siendo la familia de gobierno de Siria alawita, que es una rama del chiismo, lo que le confiere una base de apoyo político-religioso a las posiciones de Irán en la región.

Debilitar ese apoyo sería fundamental para las pretensiones árabes-sunitas e inclusive para los intereses sionistas, por lo cual en el corto plazo los objetivos de los líderes árabes e israelitas confluyen, a pesar de las diferencias de fondo existentes entre ambas corrientes. Esta situación es muy distinta en el ámbito de los pueblos, en donde las creencias islamistas se funden en una sola en apoyo a la cultura musulmana y en contra de las pretensiones expansionistas de Israel.

Monarquías árabes-sunitas

Esta situación no deja de representar un factor de riesgo para las monarquías árabes-sunitas, que se ven amenazadas por la posibilidad de levantamientos internos en protesta a las políticas de sus monarcas en contra de la unidad musulmana y el panarabismo. Es justo ahí en donde las alianzas en materia de seguridad interna de estas monarquía con la OTAN, especialmente con los EEUU, juegan un papel fundamental en la toma de las decisiones políticas que conducen el conflicto árabe-israelí, en donde Siria es una pieza importante sobre el tablero. Esto explica el soporte financiero y militar de países como Arabia Saudita y Qatar a los mercenarios que operan en Siria en contra de lo que la lógica de los pueblos indica.

Toda esta dinámica política tiene sus repercusiones a lo interno de la OPEP, y es justamente ahí en donde Venezuela como país miembro de esta organización podría verse afectada en sus intereses de corto y largo plazo. En lo inmediato todos estos conflictos en contra de países miembros de la organización amenazan las políticas de coordinación y en lo sustantivo atentan contra la unidad del grupo, un anhelo de los países consumidores desde prácticamente la creación de esta organización, y que alcanzan su máxima expresión pública a mediados de los ochenta con la famosa declaración de Ronald Reagan de que “hay que poner a la OPEP de rodillas”.

Sabotear la OPEP

En el largo plazo, las invasiones a Iraq y Libia, ambos países miembros de la OPEP, lo que persiguen es incrementar sus niveles de producción al margen de las políticas de la organización, situación que podría crear un escenario de sobreabastecimiento del mercado que derrumbe los precios del petróleo y afecte las economías de los países productores como Venezuela.

En este sentido, tanto el gobierno de Iraq como la Agencia Internacional de Energía (AIE) han anunciado que para el 2017 este país expandirá su capacidad de producción entre 9,5 y 12 millones de barriles al día, lo que en el caso más conservador colocaría a este país a la par de Arabia Saudita dentro del club de los mayores exportadores de petróleo del mundo. Lo mismo se espera de Libia en donde los esfuerzos, en principio, se ubican en recuperar la producción previa a la invasión para luego elevar su capacidad en 1 millón de barriles adicionales.

Este escenario se torna áun más preocupante si incorporamos los planes de independencia energética en base al petróleo y gas de esquisto anunciados por los EEUU, y que según la AIE apuntan a que este país sería el mayor productor de petróleo del mundo para el año 2017 y para el 2030.

Por: Ramón Herrera López / Ciudad CCS

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