“El 23 de enero hubo sólo esto: un cambio de nombres»

“Que sobre las tumbas de los desaparecidos se alza el futuro de la patria unida que honrará sus memorias, que vengará su muerte, con el solo hecho de mantener el respeto a la soberanía, la permanencia de la libertad y trabajar por la solución de los grandes problemas nacionales”.

“Revolución no es bochinche como lo piensan los ‘evolucionistas’. Revolución es doctrina y fe; esperanza y convicción; justicia y derecho. Lo demás es conformismo, reformismo que no se compadece con las aspiraciones del pueblo”.

En la clandestinidad se llamó Alonso, Arturo, José, Antonio o profesor Soria. En la historia venezolana, su nombre quedó escrito claramente: Fabricio Ojeda. Periodista y comandante guerrillero, presidente y fundador de la Junta Patriótica que conduciría las luchas contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Ojeda, redactor de El Nacional en 1957, había iniciado su militancia en el URD de Jóvito Villalba a los 17 años en su pueblo, Boconó. Nacido en 1929, no tenía ni 30 años cuando asumió la prédica de la unidad, del in de las fracciones, de la necesidad de actuar sin banderas partidistas, para crear la Junta Patriótica y formar un frente contra la dictadura.

Era una pelea contra la política divisionista de los dirigentes de derecha de Acción Democrática, con Rómulo Betancourt lanzando torpedos desde Nueva York, que debilitaba las posibilidades de ese formidable movimiento popular que se estaba gestando.

Uno de sus compañeros en la Junta, Guillermo García Ponce, en un discurso pronunciado en la Asamblea Nacional, a los 40 años del asesinato de Ojeda, describía la relevancia del trabajo del periodista: “En 1957, Fabricio Ojeda asumió la tarea de servir de centro de convergencia entre las fuerzas antidictadura para fundar la Junta Patriótica. Lo hizo con un gran valor y el más acentuado desprendimiento, porque arriesgaba su libertad y su vida. Era un desafío que muy pocos se atrevían a asumir en aquellos terribles años del reino del miedo”.

En su relato, García Ponce destacaba que “además de fundar la Junta Patriótica, Fabricio Ojeda sirvió de enlace entre la Junta Patriótica y los grupos militares que estaban dispuestos a la rebelión contra la dictadura.

También fue el vínculo de la Junta Patriótica con los periodistas y los trabajadores gráficos para la preparación de la huelga de la prensa con la que se inició la huelga general del 21 de enero de 1958. Además cumplió peligrosas tareas en la edición y distribución de la propaganda clandestina, que circulaba entre susurros y disimulos, con el permanente llamamiento a la unidad, organización y combate del pueblo”.

Para Ojeda, la unidad popular fue una preocupación permanente. El mismo Ojeda, en un discurso pronunciado en la plaza El Silencio un año después del derrocamiento de Pérez Jiménez, resaltaba que el gran mérito histórico de la Junta Patriótica había sido “interpretar este nuevo fenómeno de la unidad hacia la cual nos había llevado el ideal común de la libertad”.

A un año de la fragua popular que denominaba Revolución de Enero, Ojeda señalaba: “Las jornadas de enero nos dejaron como lección interminable la enseñanza categórica de que sin unidad la libertad no existe y que la democracia sin unidad no impera. Nada ni nadie podrá ya romper ese estado de conciencia venezolana”.

Por ello, en ese mismo discurso, sostenía que era necesario comprender que como nunca urgía el mantenimiento de la fuerza unitaria del pueblo para “llevar la democracia venezolana hacia el puesto de honor que le corresponde por sus grandes tradiciones históricas y colocarla en el sitio de independencia que soñó nuestro Padre, El Libertador”.

Para él sólo había un camino, quedarse al lado del pueblo, “para continuar la lucha por la redención definitiva de la patria, por su liberación del imperialismo, por la conquista de la independencia económica nacional, por la liberación del pueblo trabajador de la explotación, del atraso y la miseria”.

Otros recogerán nuestro fusil
Si en 1958, al calor del movimiento de las fuerzas populares, el 23 de enero era una victoria del pueblo venezolano, ya a principios de los 60 había clara conciencia de que se había truncado la gesta revolucionaria del 58. Rómulo Betancourt gana las elecciones presidenciales e inicia el trabajo para detener el movimiento revolucionario. Llegan las políticas de conciliación, de entrega al imperialismo y de sangrienta represión. Contra esta nueva opresión, se levanta la lucha armada.

El 30 de junio de 1962, en una carta memorable enviada al Congreso de la República, para renunciar a su cargo como diputado y elegir el camino de las montañas, Ojeda reúne en una frase la desilusión sobre lo que se había logrado con la Revolución de Enero: “El 23 de enero sólo hubo esto: un cambio de nombres”.

“El 23 de enero, lo confieso a manera de autocrítica creadora, nada ocurrió en Venezuela, a no ser el simple cambio de unos hombres por otros al frente de los destinos públicos. Nada se hizo para erradicar los privilegios ni las injusticias. Quienes ocuparon el Poder, con excepciones honrosas, claro está, nada hicieron para liberarnos de las coyundas imperialistas, de la dominación feudal, de la opresión oligárquica”.

Allí expone que era “de ingenuos o de ilusos” pensar que el solo derrocamiento del tirano y el retorno a la vida institucional, lograría la solución de los problemas profundos del país.

“La oligarquía explotadora, los servidores del imperialismo, buscaron acomodo inmediato en el nuevo gobierno. El poder político había quedado en manos de los mismos intereses y los instrumentos de ese poder seguían bajo la responsabilidad de las mismas clases”.

Para ese entonces, Ojeda hacía un examen de la situación que dejaba como saldo un Parlamento burlado, la soberanía mediatizada, el pueblo humillado, la dignidad perdida y las riquezas hipotecadas, lo que le llevaba a concluir la necesidad de un cambio radical, una transformación verdadera y no ese régimen que vendían como democracia: “La democracia que defienden quienes oprimen y roban en su nombre, ha servido sólo como escudo para la ignominia, la podredumbre, la corrupción, la desvergüenza de quienes sirven intereses extraños y de quienes entienden la democracia como instrumentos de apetitos subalternos”.

Ese cambio profundo, en la búsqueda de libertad y justicia, se conquistaría a través de la acción revolucionaria que concluyera con la conquista del poder político por parte del pueblo. De allí, su decisión de ir a las armas, “como quien va al reencuentro de la Patria preferida”: “Convoque, pues, señor Presidente, al suplente respectivo porque yo he salido a cumplir el juramento que hice ante ustedes de defender la Constitución y leyes del país. Si muero, no importa, otros vendrán detrás que recogerán nuestro fusil y nuestra bandera para continuar con dignidad lo que es ideal y deber de todo nuestro pueblo”.

En 1966, cuando apenas tenía 37 años, Fabricio Ojeda fue capturado y llevado a los calabozos del Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas (SIFA). Poco después, se regó la noticia, se había “suicidado” con la cuerda de una persiana, según la versión oicial.

Sin embargo, el médico que examinó su cadáver en el Hospital Universitario no encontró la marca que deja la soga en el cuello del ahorcado, sino las huellas que dejan los golpes en las sesiones de torturas. Ojeda se había convertido así en mártir y en antorcha, en pueblo y en patria, en ejemplo histórico para las luchas revolucionarias que han ido llegando.

AMAR A CUBA EN LOS VERSOS DE MARTÍ
Fabricio Ojeda, como tantos otros venezolanos, era amigo de Cuba. En un momento en que se preparaba cercar a la Revolución Cubana. En 1962, Cuba era expulsada de la OEA. Arreciaba el anticomunismo. Para Ojeda, Cuba y Venezuela eran dos países con idénticas angustias y recordaba que cuando Fidel disparaba los fusiles contra la dictadura de Fulgencio Batista, los venezolanos caminaban por los subterráneos de la clandestinidad.

Estaba convencido de que existía un destino común: la revolución. “Sabíamos que el día definitivo había de llegar para que la luz de la libertad cubriera nuestras tierras. Al suelo de Bolívar arribó primero y un año después se proyectó hacia la cuna de Martí. Allá fue más ardiente, como en pleno mediodía, aquí es apenas mañana interminable. Pero ambos vivimos el mismo destino, y sabemos, como lo proclamó el Libertador, que la salvación de nuestra América está en la acción una y compacta de sus repúblicas, en cuanto a sus relaciones con el mundo y al sentido y conjunto de su porvenir”, escribía Ojeda en 1959.

Entendía y defendía las decisiones revolucionarias en Cuba y aunque la propaganda se ocupó de acusarlo de ser “títere” de Fidel, se mantenía firme: “Cuba no está sola. Venezuela no está sola. América no está sola. A su lado se alinean los pueblos rebeldes, angustiados, perseguidos. Con nosotros están los que aman la paz y buscan la felicidad”.

Decía que había aprendido a amar a Cuba en los versos de Martí y confiaba en que, así como la revolución cubana había despertado la esperanza de América, asimismo en Venezuela las condiciones madurarían y la acción revolucionaria cobraría dimensiones extraordinarias.

Ambos países, sostenía, contribuirían al despertar de los pueblos: “Cuba ha demostrado su camino. Venezuela, su hermano en la angustia y el dolor del pueblo, habrá de conseguir el suyo. Y ambos países -como lo fue el nuestro en 1810- serán ejemplo en el complejo político de América Latina. Cuba y Venezuela contribuirán a hacer más vivo el despertar de nuestros pueblos oprimidos en sus anhelos colectivos de liberación y de justicia, y en la lucha decisiva contra la dominación imperialista, la explotación feudal y la opresión oligárquica».

Por: Yaifred Ron/Todosadentro-Enero 2010

Fuente: “Alzamos tu bandera. Escritosy discursos de Fabricio Ojeda”. Recopilación y prólogo de Omar Ruiz. Fundación Editorial El Perro y la Rana.

Send this to a friend