Los vaivenes del alma romántica en la obra de Pérez Bonalde

El Romanticismo, corriente literaria que caracterizó a la estética del siglo XIX, tuvo en Venezuela uno de sus más resaltantes exponentes, Juan Antonio Pérez Bonalde, de cuyo fallecimiento se cumplen este 4 de octubre 122 años.

Pérez Bonalde nació en Venezuela el 30 de enero de 1846, cuando en Latinoamérica aún se vivía la etapa post independentista, especialmente en el contexto de las nuevas naciones, con sus pueblos traicionados por una clase política que abrevaba de los vestigios del colonialismo y excluía toda manifestación de arte y cultura.

Como lo explican Oscar Sambrano Urdaneta y Domingo Miliani en Literatura hispanoamericana (1994), en la etapa entre 1830 y 1890, ante tanta diversidad de injusticias, la «exaltación del yo» es la única respuesta a través de la insurrección manifestada en la lucha, o en solitario, refugiada en la naturaleza y vivencias personales de las que surgen la personalidad autobiográfica en tono de confidencia poética, signo de la obra de Pérez Bonalde.

Una de las primeras influencias en el escritor fue la experiencia de un país hostil marcado por la Guerra Federal, razón que obligó a su familia a establecerse en Puerto Rico, donde el poeta se desempeñó como profesor hasta que la pacificación les permitiera regresar en 1864.

El libro publicado por Monte Ávila Editores, expone que el movimiento romántico, tendencia transversal en las letras, dramaturgia, artes plásticas y musica, tuvo como cualidad provocar un estado de ánimo melancólico mediante el hecho estético, condición presente tanto en la historia personal de Pérez Bonalde, como en su obra poética.

Una serie de eventos llenaron la vida del escritor de amarguras, entre ellas la muerte de su padre, Juan Antonio, su exilio en Nueva York en 1870, —motivado por su militancia en la causa liberal, opositora al gobierno de Antonio Guzmán Blanco— donde contrajo un matrimonio tormentoso con Amanda Schonmaker, del que nació su hija Flor, quien falleció a los cuatro años, y se sumó luego la muerte de Gregoria Pereyra, su madre.

Al no poder escapar de sus decepciones, el escritor comenzó un rebelde tránsito por los excesos que resintieron su salud, luego regresa a Venezuela, momento en el que escribe otro de sus poemas Vuelta a la patria (1876), donde expresa el reencuentro con su país y a la vez el desencuentro causado por la ausencia materna.

«Madre, aquí estoy: de mi destierro vengo / a darte con el alma el mudo abrazo / que no te pude dar en tu agonía», expresa en la segunda parte del poema.

Signado por la tragedia, Pérez Bonalde volvió a Estados Unidos, donde escribió sus primeros poemarios Estrofas (1877) y Ritmos (1880) y por su conocimiento en idiomas adquirido desde niño, tradujo El Cancionero, del alemán Henrique Heine (1885), y El Cuervo (1887), de Edgar Allan Poe.

Otro de sus poemas Flor (1887), expresa el dolor por la pérdida de su hija y representa la negación ante la posibilidad de la existencia de un Dios, nihilismo característico de la etapa final del romanticismo que dará paso al Modernismo.

«Y en torno sigue la impía calma / de este misterio que llaman vida / y en tierra yace la flor de mi alma / y al lado suyo mi fe vencida».

Pérez Bonalde retornó a Venezuela en 1889 para trabajar en Amberes, Bélgica, en el servicio exterior del gobierno del entonces presidente Raimundo Andueza Palacios, pero aquebrantado en su salud regresó una vez más y definitivamente al país, el 4 de octubre de 1892 falleció en La Guaira, estado Vargas.

Sus restos fueron trasladados en 1903 a Caracas y desde el centenario de su nacimiento en 1946 reposan en el Panteón Nacional.

El alma romántica que lo caracterizó continúa presente en su obra, que es un canto a la existencia.

AVN

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