«Yo quiero llegar lo más cerca posible del sitio de la explosión», y llegó

FOTO: Marcelo García

Península de Paraguaná, estado Falcón. Ya lo había advertido desde que llegó a Paraguaná: llegaría lo más cerca posible del sitio donde se registró la explosión, el área de almacenamiento de la Refinería Amuay. Y lo hizo. El presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, inspeccionó el Centro de Refinación de Paraguaná (CRP) y llegó hasta Amuay, al sitio donde tuvo lugar el siniestro.

Luego de escuchar la explicación de los técnicos y la directiva del Centro de Refinación de Paraguaná sobre el área afectada por la explosión ocurrida el sábado 25 de agosto, tomó un vehículo y se hizo acompañar por el presidente de Petróleos de Venezuela S.A., Rafael Ramírez, y el vicepresidente de la República Bolivariana de Venezuela, Elías Jaua.

Emprendió la marcha, siempre preguntando el más mínimo detalles sobre todo lo que estaba viendo. Un grupo de trabajadores, bragas azules y rojas, lo avistaron. Él corneteó, detuvo la marcha del vehículo y saludó a uno de ellos. Era un electricista quien apretó fuerte la mano del Presidente venezolano, lo saludó y agradeció su presencia. «Gracias a ustedes por su trabajo. Que Dios los bendiga», respondió el mandatario nacional.

FOTO: Marcelo García

El trabajador quiso compartir ese fraternal saludo con sus compañeros: tomó su radio y pidió enlace con los empleados del área de Mecánica. «¡Adelante, mecánicos, aquí Chávez, ¡cambio!». No hubo respuesta. El jefe de Estado bromeó: «Quizás no crean que sea yo, ya me ha ocurrido». Pero insistió: «Si me oyen, aquí el mecánico Chávez. ¡Que Dios los bendiga!». Una foto, otro apretón de manos que sellaba el compromiso de trabajo y adelante, a continuar el recorrido.

El Centro de Refinación de Paraguaná es el más grande del mundo. Resulta de la fusión de tres importantes refinerías: Amuay, Cardón y Bajo Grande.

Está ubicado en la Península de Paraguaná, en el extremo noroccidental del país. Tiene una capacidad de refinación de 940 millones de barriles diarios.

FOTO: Anebert Rivera

La densa columna de humo se mantiene, y los trabajadores y las trabajadoras también. Una de ellas camina por las aceras del CRP, camina erguida. Recibe un saludo de ese vehículo que transita, como tantos otros de la compañía. Lo observa y cae en cuenta de que quien lo maneja es el presidente Chávez: no lo dudó y se acercó.

Un abrazo sella el encuentro. Describe que desde la explosión no ha salido ni para ir al baño. «Debes descansar», le recomienda el Presidente venezolano, y ella, segura y con la mística de quien ama su trabajo, le dice —cercana, además—: «Si tú trabajaste con tu enfermedad, ¿cómo no lo iba a hacer yo?».

La joven ejerce funciones en el área de Laboratorio, y se despide del presidente Chávez asegurando que trabajarán duro en el CRP. «Hazlo tú allá fuera, te tienes que cuidar», le dijo, amorosa, la mujer.

FOTO: Marcelo García

Pocos kilómetros después, casi acercándose a una de las alcabalas que colindan con una de las comunidades aledañas, se acerca al vehículo Francis Cantón, una agroecóloga egresada de la Universidad Bolivariana de Venezuela. Va con sus hijos: una joven universitaria y el pequeño Santiago, un niño de diez años. Feliz y deportista, su primer saludo para el presidente Chávez fue para decirle que era nadador, y pocos minutos después interrumpió la conversación que el jefe de Estado sostenía con su madre, para decir: «Chávez, te prometo que voy a los Juegos Olímpicos de Brasil». «Irás, pero a las que se celebrarán en 2020, porque aún estás pequeño. ¡Dios te bendiga, hijo! No voy a olvidar nunca tu nombre», le dijo al niño de ojos expresivos y piel tostada por el sol paraguanero.

FOTO: Anebert Rivera

Francis agradeció al presidente Chávez su presencia y se permitió hablar a nombre de la población de Judibana, la más cercana al CRP. «Todos estamos rodilla en tierra contigo, en estas circunstancias y en las que vengan».

Y Chávez con ellos. Apenas 26 horas después del siniestro, fue al lugar y sus primeras impresiones fueron para decir: «Estoy muy dolido, lleno de sentimiento. Estoy más pendiente ahorita de los fallecidos, familiares. heridos, de su atención y de los que aún no conseguimos. Hay algunos militares que aún no encontramos (…) Sentí como una daga en el medio del pecho cuando me enteré de la noticia».

Había sido advertido de que era riesgoso llegar cerca del área de almacenamiento de Amuay, «pero quienes me conocen saben que no dejaría de ir», y así fue. Ya lo había dicho apenas pisar el CRP: «Uno anda expuesto toda la vida (…) un día más que uno la exponga, sobre todo cuando ha muerto un grupo tan valioso de venezolanos y venezolanas…». Fue al campo, no se conformó con informes. Oyó a los trabajadores, preguntó, consultó y vio.

Por Marynés Ladera Castillo

 

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