«¡Yo soy Chávez!» es una consigna encarnada en las afueras de la Academia

Dos estadios este 8 de marzo en Fuerte Tiuna: el de los que prefirieron quedarse frente a las pantallas gigantes desde donde se transmitirían las exequias del presidente Hugo Chávez, y el de los que se agolparon frente a la entrada protocolar para saludar la solidaridad de los 54 países que a través de sus mandatarios o delegaciones oficiales llegaron a Venezuela para despedirse del líder de la Revolución Bolivariana.

Paciente, el pueblo que ha esperado en fila, descansando a ratos en la grama, entendió que se cerrara momentáneamente la entrada del público. La espera se llevó mejor con canciones, consignas y toques de diana. Su objetivo estaba claro: «¡Queremos ver a Chávez, queremos ver a Chávez!», incluso por segunda vez, como en el caso de Nélida Zambrano, de 69 años.

Va por su segunda vez, sí. El miércoles salió desde el estado Lara para despedirse en persona del Presidente. «Mira, yo tenía 5 años sin venir a Caracas, que lo digan mis hijos que yo casi ni salgo de mi casa, pero yo tenía que venir. Ahí estaba mi esposo que me decía que cómo me iba a venir a Caracas si cuando vi la noticia de la muerte del comandante me subió la tensión a 100/180, pero aquí tengo mi poco de pastillas, y ya es mi tercer día», sentenció mostrando el pildorero en la cartera cómoda y segura para la espera.

Desde las 11:30 am de ayer está esperando para entrar por segunda vez, pues, como ella dice, se «desmontó» tanto cuando lo vio por fin, el miércoles, que tuvo que orientar la mirada a otro lado. «Hasta el hombre más recio de todos se desmonta y se pone a llorar cuando llega a la urna. Ahora sí, ahora sí lo voy a ver completo, para despedirme tranquila», promete.

Mientras Nélida mantenía su lugar en la fila, casi frente a los detectores de metales que separan al público de los restos del mandatario venezolano, la masa roja que esperaba frente a la entrada protocolar le recordaba a cada delegación y presidente que ellos «son Chávez» y con una sencilla palabra pronunciada con vigor tres veces oxigenaban el legado y el propósito que tanto abonó en vida el líder venezolano: la unidad latinoamericana.

Con el grito «¡Unidad, unidad, unidad!» se lo dejaron claro a los mandatarios cuyas filosofías de gobierno distan más de la que se construye en Venezuela: Colombia, México y Chile. Juan Manuel Santos atendió al grito del pueblo venezolano y se acercó a la multitud para responder – estrechando manos – el llamado a la cooperación y la unidad entre las naciones hermanas. El aplauso fue sostenido.

La misma encomienda recibió el vicepresidente Nicolás Maduro, quien respondió al clamor del pueblo que conducirá provisionalmente desde esta noche, cuando sea juramentado, y que reclamaba su presencia. Junto a la procuradora general de la República, Cilia Flores, a las 10:40 de la mañana se acercó a la gente y así recibió de un joven no sólo un apretón de manos, sino un consejo: «Mira, Nicolás, tú tienes tremendo compromiso, unidad, unidad, unidad, estamos contigo», le dijo. Y la silueta del vicepresidente se desvaneció de nuevo en la entrada con el grito unitario de fondo.

Y es que para el pueblo apostado en las afueras, el protocolo resultó casi prescindible. El silencio que se mantuvo durante la transmisión del acto central, iniciado pasadas las 12 del mediodía, se quebró con un aplauso sentido cuando el orador de la sesión anunció la conclusión del acto. Las solemnidad, queda claro, no está reñida con la felicidad de ver al comandante por última vez, de cerca, sin pantallas de por medio.

«Ya esperamos lo suficiente para que se diera el acto, ahora que abran de nuevo las puertas para su pueblo. Porque es que Chávez era así, ¿no te acuerdas? Bien sencillo, echador de broma. Eso estuvo bellísimo con (Gustavo) Dudamel y todo, se me salieron las lágrimas cuando escuché el Alma Llanera, pero seguro que mi comandante prefiere que nos abran las puertas, lo sencillito, el cariño de su gente y aquí estamos y estaremos hasta que podamos dárselo», aseguró Rosa Virginia Nieves, otra abuela de 72 años, quien tras pasar la noche en la fila, sin llegar a verlo, se fue a las 5:30 a darse un bañito en casa para regresar fresca a las 11 e intentar, esta vez hasta lograrlo, ingresar al recinto.

Para este tercer día, los paramédicos de Protección Civil tuvieron algo más de trabajo. Un sol inclemente unido a la decisión de todos de permanecer en pie hasta que reanudaran la entrada jugaron malas pasadas a unas pocas personas que tuvieron que ser atendidas por descompensación. La solidaridad de la gente se activaba para que se quedaran, para hidratarlos, cuidarlos, poner el hombro, la mano, el jugo, el agua, la naranja, el trozo de pan que fuera necesario para que el deseo por el que tanto se ha esperado se haga realidad: ver; ver no tanto para creer – como reza el refrán – sino ver para querer.

Culminado el acto central, fueron los presidentes José Pepe Mujica (Uruguay), Rafael Correa (Ecuador) y Evo Morales (Bolivia) los que recibieron las más intensas ovaciones. Con el puño cerrado, y en alto, Correa se despidió; Morales, por su parte, demostró que estos días, como siempre, el protagonista ha sido y será el pueblo, y así reverenció la energía de ese mismo pueblo que no sólo lo llamaba por su nombre – sin la formalidad del apellido -, sino que encarnó la consigna que ha repetido en los últimos días: «¡Yo soy Chávez!».

Marianny Sánchez
AVN

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